La vida está ligada al arte: las circunstancias colectivas y sociales no están separadas. El hombre siempre ha tratado de narrar o aprisionar sus ideas llevando las imágenes a través de la pintura: las inclemencias del clima, los siniestros, las persecuciones, las revoluciones,
la pobreza o la opulencia, las necesidades de concientizar y dejar sus testimonios son huellas que quedan. No se puede separar el arte del hábitat del hombre: los artistas de las cavernas y su sustento, los cristianos primitivos y sus símbolos: el arte es un fenómeno social y por
lo mismo el artista está ligado a la sociedad como el arte a la religión o el arte a la política, esto se refleja especialmente en el arte del mural y el grabado: es una expresión social.
El mural callejero habita el entorno social abierto y está en contacto con su arquitectura y la multitud dialoga con ella.
El Grabado y el Afichismo convierten la posibilidad de multiplicar el lenguaje visual haciendo que la impresión circule.
Esta creación nace del entorno, del proceso individual hacia fuera con un fin objetivo. El grabado de Posadas y los murales mexicanos se unen en las Vallas cubanas, es una original forma de propaganda concientizadora de esa nueva sociedad a la que se aspira. Llegan a un público
masivo que circula por las calles y son de una duración limitada siendo reemplazados de acuerdo con las necesidades de información y no sirven en otra parte que donde está el publico, en espacios de circulación, expuestos a las miradas de todos, a las inclemencias del tiempo,
de lo favorable y de lo adverso, no necesitan perdurar en la medida que cumplan su función.
Los caminos del arte mural y del grabado aquí se cruzan: desde México catequizan por América en las liras populares con las Vallas cubanas encontrándose en los murales callejeros de Chile. La originalidad artística parte en el empleo de un método nuevo, con
anónimos participantes que utilizan materiales comunes y económicos, como tierras de colores, agua y brochas que se empleaban para blanquear con cal las casas y que se ennoblecen y dignifican en las panderetas. Ellos no son artistas, ejecutan una actividad que por años, gran parte
de este siglo, los trabajadores escribían en las murallas como los periódicos sus ideas con cal y a lo ancho de la brocha, es la palabra de la calle para cambiar el mundo, vienen de escribir la propaganda de su candidato y empiezan a trazar los murales espontáneamente con la experiencia
y rapidez de antiguas jornadas nocturnas y clandestinas.

Es el tiempo en que el ser habla en los muros por una nueva sociedad a la que se aspira: Aquí el arte está ligado a la política, la sociología se une a la expresión del hombre. En Chile el mural se despoja de tecnicismo y se amolda a cualquier muro, pierde el afán
de posteridad y recurre a lo inmediato y contingente, a los anhelos y esperanzas, a las insatisfacciones.
Muchos quisieron y pretenden que el arte estuviera separado de los problemas sociales; que tengan los artistas independencia de todo aquello que los aterrice o las relaciones a aspiraciones concretas, muchos tienen el prejuicio de que eso les quite creatividad u originalidad, y las galerías
o academias temen que esta manifestación artística al manifestarse disminuya la calidad de las obras de arte y pierda su valor, para ellos es bueno sólo lo que toque el aire, cuando en verdad este muralismo se expandía en sus propias narices y donde muchos artistas empiezan
a incorporarse y a participar: a entregar y recibir, a intercambiar, motivar, estimular y financiar. Por ejemplo dos pintores tan distintos: como un Balmes, considerado un pintor con preocupaciones sociales y, con sus temas de la masacre de Puerto Montt y ahora con las desaparecidas labores de los mineros
de Lota; o un Matta considerado un pintor del paisaje interior que al venir a Chile en 1970 pinta con los Brigadistas en un no a los púlpitos y a las academias dándoles un respaldo y reconocimiento según figura en su curriculum, que aparece en los catálogos de sus
exposiciones por todo el mundo y, es con ellos que descubre los materiales simples como el adobe, el yeso, que son los elementos con que el pueblo construye sus casas y que los brigadistas han estado usando a través de las tierras de colores con dextrina como aglutinante. Y, así surge el
cuadro El Cristo de los afuerinos que se expone hoy en las mismas salas del Museo de Bellas Artes, donde este año 2000 se efectúa el recuento de la plástica del siglo XX y, en cuyo catálogo, aparecen las temáticas e imágenes de las Brigadas Ramona Parra,
en el contexto de la exposición titulada Entre Utopías y Modernidad (1950-1973) donde adquiere su sentido y espesor histórico según la revista de decoración de El Mercurio (Julio del 2000), considerándolas un aporte a la plástica de ese siglo.

La Brigada Ramona Parra, la Inti Peredo o la Elmo Catalán hicieron un cambio y aporte en esto, el muralismo callejero concientizaba visualmente al espectador, educaba a través de la denuncia social, informaba a través de la consigna diaria de los acontecimientos.
Unían la gráfica contingente del afichismo: eran los pósters impresos en serigrafía con diseños del Pop-Art o del Op-Art, puestos de moda por los hippies o por gráfica cubana o la gráfica polaca; el muralismo social mexicano de grandes dimensiones y
de un realismo de Rivera o los rasgos de Siqueiros, muy utilizados por Pedro Sepúlveda, brigadista solitario que recorría Chile: con su brigada Pedro Lobos o por algunas otras, o la utilización de los soportes publicitarios que tenía Cuba durante Batista y que la revolución
utiliza en las vallas camineras, o el Legerismo de Fernand Léger con sus personajes obreros o en bicicleta, de colores puros y estructurados con negro, o El Submarino Amarillo de los Beatles, en dibujo animado que recrean algunos murales BRP, o el tipo de letra del afiche de la
película Espartaco que utiliza la Elmo Catalán como su base para la tipografía. Se pide prestado y con ello arman su lenguaje, se reinventa pero se usa en un contexto nuevo, es otra realidad con inquietudes propias.
El hombre hablaba en los muros, el pueblo llega a ser gobierno, en sus manos es posible tener el destino de sí mismo. Este proceso no es casual: es resultado de los conflictos del siglo XX: las inquietudes sociales, las guerras mundiales, los avances técnicos y materiales, las crisis
económicas, la explosión industrial y, por ende, publicitaria. La guerra de Vietnam, la revolución cubana, las dictaduras en el mundo y en América, golpearon a varias generaciones. Las Brigadas muralistas nacieron en este avance y lucha social, por ello están ligadas
a la vida. Su lenguaje era simple: eran un silabario de imágenes. Matta decía: A mi juicio tocan el problema desde abajo hacia arriba, desde las aspiraciones y anhelos, de las necesidades y de las heridas estábamos para cambiar el mundo.

Los muros son reveladores de estas verdades, están llenos de información social contingente. Hay avisos de espectáculos que se ofrecen, en los quioscos las portadas de diarios y revistas tienen sus titulares, la publicidad ofrece los productos para que se consuman, las películas
que se exhiben, las vitrinas iluminadas; todos son un silabario de esta cultura masiva. Se puede leer en ellos, son visibles al caminante, para el que viaja en auto o en bus, hay peatones y pasajeros, están en movimientos direccionales alrededor, en distancias distintas, velocidades distintas.
El espectador se desplaza: ahí estaban los murales con su consigna diaria, palpitando en esa nueva proyección de sociedad, justicia y esperanza.
Era el abecedario del pueblo en una expresión social y política y ahí se desarrollaba un nuevo arte fuera de las academias y de las galerías. Con el triunfo popular la consigna era simple: Ganamos, teníamos por delante A construir un Chile nuevo,
consignas que estaban intercaladas con imágenes, ya éramos gobierno y, el 6 de septiembre del 73 estábamos pintando murales, limpiando las ciudades, embelleciendo las calles; era una nueva actitud, la calle era nuestra, la habíamos conquistado con sacrificios considerables.
En abril y mayo de 1971 desde la calle, entran al Museo de Arte Contemporáneo de la Quinta Normal en Santiago, siendo su director el pintor Guillermo Nuñez, para exponer sus murales en telas, paneles, bastidores, lienzos, afiches y a pintar en el interior mismo del museo en una acción
de arte y poniendo la firma a algo que tuvo su inicio desde afuera hacia la escuela (academia), dando una lección de práctica y, consecuencia inédita, se pudo ir observando el surgimiento y desarrollo de un arte popular y empiezan a conocerse términos técnicos en las
artes plásticas chilenas, como: arte efímero, arte colectivo; el desplazamiento del espectador en torno a una obra, participación de todos en el diseño y ejecución colectiva, dignificaron materiales simples, rompiendo esquemas.
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