Estando en brazos de mi madre, yo apuntaba insistentemente hacia el centro de Santiago, balbuceaba algo como, uhh, uhh.

Yo no lo recuerdo, pero mis padres me dicen que era mi inquietud por ver desde nuestra casa en Lo Hermida las grandes columnas de humo de La Moneda en llamas, en ese entonces desde Peñalolén se podía divisar el centro de Santiago sin tantos edificios ni smog. Al avanzar ese día mis padres decidieron tapiar las ventanas de nuestra mejora con la mesa del comedor e instalarse en el suelo a medida que la población era ametrallada por aire y tierra, mis padres dicen que yo no paraba de llorar ante el estruendo de las balas.

Cuando un tío carabinero asignado a la Tenencia Los Guindos estaba de rondas por el lugar, nos visitaba y dejaban con su colega sus fusiles a la entrada de nuestra casa apostadas bajo el lintel de nuestra puerta, mi madre me cuenta que yo me escondía, lloraba y no lo saludaba. Mi madre aún cuenta como los militares rompían y desordenaban todo cuando allanaban la población y se llevaban a todos los hombres manos en la nuca en horas de la madrugada; después de largas horas de espera y humillación los hombres retornaban hambrientos y friolentos a sus hogares. Con mis compañeros de kinder en la escuela de Tobalaba con Grecia nos sorprendíamos al ver constantemente pasar tanquetas militares. Sólo percibíamos el miedo de todos los grandes cuando veían la presencia de uniformados. Miedos que me transmitieron por cuanto siempre me ponía nervioso cada vez que se me acercaba alguien con uniforme y armas. Cuando con otros pobladores íbamos de paseo a cualquier parte arrendando una micro, siempre se repetía la misma instrucción ¡Siéntense y quédense tranquilos que viene el control de los pacos! o la pregunta ¿Andan todos con carnet?.

A medida que crecía descubrí que había ciertos temas y palabras que no se podían pronunciar sin que los adultos se censurasen nerviosamente, recuerdo algunos tiros en la noche cuando había toque de queda y casi siempre una atmósfera de miedo. Me recuerdo cuando acompañé a mis padres a votar la constitución del 80, era la primera vez que visitaba el Estadio Nacional. En las murallas ví como habían leyendas que yo no entendía y preguntaba a mi padre y tíos de que trataban, la respuesta cuando no era un ¡No pregunte cosas! era un largo mutismo. Mi abuelo, un anciano enfermo que siempre me trataba como un niño grande, me contaba unas historias que yo encontraba bellas, cuentos épicos que me gustaban mucho, porque narraban como él había sido feliz y protagonista de esas historias. En ellas siempre se repetía el mismo personaje: un hombre llamado Compañero … cuando estaba el Compañero nunca me faltó el trabajo ni gané tanta plata; el Compañero cuando hablaba con nosotros era super claro; con el compañero luchamos hasta que lo sacamos; al compañero lo traicionaron; el Compañero nunca fue cobarde, murió peleando; los milicos siempre le tuvieron miedo, etc. Mucho tiempo después descubrí que ese personaje llamado compañero, el mismo rostro de gruesos marcos de anteojos negros que veía pintado en las murallas, era Salvador Allende.

En sexto básico, cuando ya te enseñan algo de educación cívica, eso de los poderes del Estado, de las elecciones, etc. No faltaba la pregunta ¿Pero señorita en Chile…?. Vino la primera protesta, con mi padre que nos iba a buscar a mí y a mi hermano todos los días al colegio, tuvimos dificultad para tomar micro, al pasar por el Pedagógico el tránsito estaba desviado y el olor a bomba lacrimógena se sentía fuerte. En el colegio era entretenido eso de las protestas porque capeábamos clases, al poco tiempo ya sabíamos que se trataba de protestar contra el Pinocho y ya la pregunta entre nosotros era ¿Y tú soy del Pinocho o no?. Dejó de ser algo entretenido cuando un día de protesta al volver a casa por la tarde después de mucho esperar una micro y estando la población ocupada por militares y la avenida Grecia llena de barricadas, lo que obligaba a seguir el trayecto a pié, cuando a pocos metros nuestros, los soldados abren fuego contra los manifestantes, mi hermano de siete años rompe en llanto y pánico, junto a nuestro padre debimos correr y buscar otras calles hasta llegar a nuestra casa. Nunca olvidaré ese hielo que te paraliza y los ojos de mi hermano.

Las protestas se hicieron algo habitual, y dentro de los colegios el clima y parte de las conversaciones giraban en torno del por qué protestar. Las respuestas a quién fue Allende, cómo llegó Pinochet, de por qué no había elecciones fueron configurando la idea que la dictadura era algo inaceptable ante lo cual había que rebelarse. Era la efervescencia por expresarse y demostrar la rebeldía juvenil. En el ambiente de iglesia descubrí el horror de las violaciones a los derechos humanos, fue ahí donde escuché por primera vez el término detenido desaparecido. Mujeres daban testimonio de cómo habían sido detenidos sus seres queridos, las charlas de los abogados, testigos de los métodos de la CNI. Nuestra iglesia en Lo Hermida fue el refugio del dolor y de la esperanza, muchas veces los sapos de CNI nos infiltraron y después relegaron a muchos pobladores y dirigentes. En las calles de Lo Hermida muchos jóvenes e incluso niños perdieron la vida en las protestas. Si hay un responsable de mi interés en política, no como una forma de lograr el poder, sino como llevar a la acción pública el deber de servir a los más pobres, ese responsable es la Iglesia. La reflexión más recurrente en nuestra comunidad de base consistía en el asombro de constatar como podían existir seres con tanta maldad y perversidad y cómo nosotros podíamos hacer algo para ayudar.

En el liceo ya cada cual es maduro para configurar su propia claridad política y filosófica, en el Lastarria los grandes nos enseñaban política, circulaban todos los panfletos desde El Rodriguista hasta documentos DC. El Lastarria era la punta de lanza del sector oriente, ahí organizábamos las tomas del Liceo 7 de Niñas, el Carmela Carvajal y el Liceo Vitacura (donde nunca nos resultó), en nuestras acciones llegábamos a paralizar toda avenida Providencia. Dentro del liceo también se daba la pugna entre los combativos y los amarillos. Los primeros que querían agudizar los enfrentamientos con los pacos y las acciones conspirativas, los segundos quienes éramos partidarios de elegir métodos de lucha que sumaran y no restaran gente, sin molotov y sin taparse. También el terror llegó al pirulo Lastarria, para evitar las tomas, la directora infiltró carabineros de civil en lugares estratégicos a la hora de entrada y salida y armó con laques a los estudiantes derechistas para enfrentarlos a nosotros e incentivó el soplonaje.

Antes de cualquier jornada de protesta surgía el nerviosismo por el resultado de lo planificado, el oído pegado a la radio Cooperativa con su tableteo clásico cuando despachaban alguna noticia de última hora con... el radio de cooperativa llamando, para terminar al final del día dando gracias por haber llegado vivo a tu casa, con mi madre suplicándome que no saliera más a la calle porque era peligroso, en medio de los cacerolazos, los apagones, las ráfagas de los militares y la pestilencia de las lacrimógenas. El 88 un compañero de liceo, el Tula (nunca supe su nombre) estuvo tres días desaparecido, afortunadamente apareció, lo tuvo la Comisión Civil de Carabineros. En nuestras largas y concurridas marchas en una ocasión nos dispararon desde la torre de Fidel Oteiza con Pedro de Valdivia. Para el plebiscito nuestra presencia en las calles hizo olvidar que Providencia era una comuna mayoritariamente pinochetista ( ... )

No tuve la edad para votar en el plebiscito, sin embargo participé como muralista y goma en el comando del NO de Peñalolén, el nerviosismo era tal que nadie sabía que iba a pasar la noche del 5 de octubre, incluso muchos de mis amigos puntas, estaban preparados para enfrentar un fraude electoral, tenían planificados cadenazos, chapazos y algunos fierros, fue el día y la noche más larga. Lo que sigue a continuación ya es bastante conocido. Sin embargo, hay un aspecto de esa historia, una motivación de esa lucha que muchos dimos y que creemos hoy sigue manteniendo en pie nuestra dignidad, ( ... ) : la lucha por verdad y justicia; juicio y castigo a los asesinos y torturadores. Primero fue la denuncia, después la organización, siguiendo con la movilización y la creación de movimiento, para finalmente instalar firmemente en la conciencia del país del carácter irrenunciable de la lucha por los derechos humanos.( ... ) La clase política con todas sus acrobacias, jamás podrá minimizar el asunto, después de London Clinic ( ¡Qué felicidad ese día! ) ya nadie se siente con miedo para pedir lo que hay que pedir, ya no nos asustan las operaciones políticas y cualquiera que invente cualquier enjuague, sabe que el tema ya tiene vida propia. ( ... ) la larga lucha hoy muestra parte de sus frutos, porque quienes vienen detrás de mí ya saben de qué es capaz el fascismo y que la lucha por verdad y justicia no se limita en el tiempo. Tengo 31 años, no sé lo que es una vida en un país normal, crecí dentro de las consecuencias trágicas del fin de un capítulo sangriento de una lucha política, ( ... ) Con recuerdos, de lo que ví y de lo que fuí protagonista, que todavía hoy me violentan. Teniendo sentimientos de esperanza, aunque muchas veces sigo apretando los dientes, pero no sólo tristeza e impotencia me legó mi país, también me enseñó a amar la justicia, a vencer el individualismo, a saber que en cualquier rincón del mundo puede estar pasando lo mismo que nos pasó a nosotros y que debemos sentirnos con parte de responsabilidad en ello.

Aún en el sufrimiento y la desesperación conocí seres maravillosos, y muestras de humanidad que nunca se olvidan. Estos recuerdos pesan más en mí que el horror de nuestra tragedia. Sólo transmitiéndoles esto último a mis hijos podré decir que todo valió la pena.

Humberto Danilo García Ferreira
Santiago, Chile. - 07/2003