( 09/2003 ) -- Hay algo que es fundamental: la batalla por el reconocimiento de los hechos, por la verdad, por el restablecimiento de la Historia, la está perdiendo de punta a punta la derecha.

Es muy notable lo que ha pasado en todos estos años. Cuando pienso en lo que era, a comienzos de los noventa, la verdad oficial sobre el Golpe, y las dificultades tremendas que se tenían para oponerle un discurso que restableciera la legitimidad de lo que pasó en aquel aciago septiembre del 73 y de lo que vino después durante los años de la dictadura, se da cuenta el enorme camino de esclarecimiento que se ha recorrido. Son algunas de las cosas que lo reconcilian a uno con este paísito que suele otras veces inspirarnos ganas de estrangularlo.

Es asombroso cómo nuestra TV, tan frívola y acomodaticia, y tan temerosa durante estas dos décadas de rozar siquiera el tema de los detenidos desaparecidos, los torturados, los asesinados, se destapó esta vez, dedicando amplios espacios de análisis del tema, en series informativas que vienen sucediéndose desde hace semanas. Ha habido cosas inimaginables hasta el año pasado: los largos testimonios por ejemplo, sobre el papel que jugó el buque escuela Esmeralda como centro de detención y torturas. Uno de los aspectos más conmovedores de esta suerte de destape ha sido la franca reivindicación de la figura histórica de Salvador Allende, de quien hasta los socialistas apenas se atrevían a mencionarlo en los años recientes. Ha habido homenajes y un examen de su ejecutoria política que han permitido instalarlo en lo que es: una de las figuras señeras de la vida pública chilena del siglo XX.

Claro, no todo es miel sobre hojuelas. El gobierno se ha visto obligado a sumarse a muchos homenajes y reconocimientos un tanto a pesar suyo. La verdad estricta es que Lagos tuvo siempre una actitud bastante cobarde frente al problema. Su letanía constante fue: no hay que empantanarse en el pasado, hay que mirar al futuro, y con esta cantinela dejó pasar más de la mitad de su gobierno sin que le dedicara al tema casi ninguna preocupación. Lo dominante era la indiferencia, la prédica de bajarle el perfil al problema, ya que, según él y los suyos, los verdaderos problemas de la población eran otros. Así fue como, por ejemplo, en su mensaje a la Nación, el 21 de mayo, durante la ritual apertura del período parlamentario, donde el presidente habla un par de horas sobre los divino y lo humano describiendo lo que se supone es el estado de la Nación, no hubo una sola palabra, ni una sola palabra sobre las tareas pendientes en derechos humanos, ni sobre algo que debió haber sido obligatorio para el jefe del Estado: mencionar (al menos mencionarlo, efectivamente) que este año se cumplían treinta años del Golpe, y que por lo tanto correspondía hacer un alto en el camino para dedicarlo aunque no fuera sino a la reflexión sobre tan capital hecho de nuestra Historia. Lo grotesco vino después: la UDI, el partido de la ultradecha, anunció que estaba preparando un proyecto de ley de reparación de los familiares de los detenidos desaparecidos. El sentido de la medida estaba por cierto claro: se trataba de hacer algo tendiente a poner punto final al asunto, enterrarlo y desterrarlo para siempre de la preocupación público. Como quiera que sea, el campanazo (y el bochorno) para el gobierno fue descomunal, y Lagos tuvo que prometer que sería él quien preparararía un cuerpo de ideas para proponer al Congreso algunas medidas destinadas a corregir lo que hasta ahora no se ha hecho o se ha hecho a medias o francamente mal. Y en eso estamos. Pronunció un discurso solemne por cadena nacional y en los días que vienen se va a definir el contenido de esos proyectos de ley. Mientras tanto, se han sucedido las protestas de los organismos de derechos humanos y sobre todo de la Asociación de Parientes de Detenidos Desaparecidos, que no aceptan los términos de la propuesta. Hay una dramática huelga de hambre de hijos de detenidos y ejecutados, que no sé exactamente cómo podrá terminar, porque no se le ve destino.

La actitud errática y vacilante del gobierno se ha repetido con sus tentativas de sumarse a los homenajes a Allende. Bastó que la DC se encabritara, anunciando que no participaría en ellos, para que el presidente decidiera parcelar, compartimentar los actos conmemorativos de los 30 años. Uno será el día 10, dedicado a Allende propiamente tal y el anfitrión será el ministro del Interior, y el otro el día 11, mil invitaciones a un acto de carácter general, puramente conmemorativo, que no conlleva ni homenajes ni condenaciones. Se trata de que vayan los DC, el Cardenal, y no sé si también los militares ( ... ).

En fin.

Un abrazo y continúen …

Héctor, Santiago. Chile.