( 10/2006 ) -- Despierto sobresaltada por la tele que anuncia que el alcalde, ex guardaespaldas de Pinochet, mandó desalojar a los pingüinos que se tomaron el liceo A 12 – Alessandri, de Providencia. Es la segunda oleada de movilizaciones pingüinas por lograr una educación que no condene a los pobres a reproducir el ciclo de la pobreza, y que deje de ser el festín de los negociantes de ganancia rápida subsidiada por el estado.

Cuando yo era pingüina en la clase de música el viejo Milton nos instruía en marchas militares; como era época del Plan Cóndor, los dictadores se visitaban entre sí para resolver los asuntos del horror, y tuvimos que cantarles las canciones nacionales (los valientes soldados y oíd mortales el grito sagrado: libertad, libertad, libertad…) a Pinochet y Videla en el Templo de Maipú.

Conspirábamos contra la dictadura armando grupos culturales, y a punta de poemas y rayados, íbamos nutriendo las conciencia de los liceanos que vivían su despreocupada adolescencia mientras nosotras madurábamos de golpe sabiendo que el nombre de nuestra base de la jota era un tributo a la profesora Marta Ugarte, devuelta entre algas y alambres de púas por el mar como primera detenida desaparecida recuperada, que ayudó a develar el genocidio programado.

Cuando yo era pingüina, todavía en el mismo liceo podíamos estudiar los hijos de empresarios y los hijos de los campesinos. Aún no se implementaban las contrarreformas neoliberales en la educación, todos los que tenían capacidad podían llegar a la universidad, la educación no era un bien transable en el mercado. Aún había arancel diferenciado en la universidad. Recuerdo a mi compañera Cecilia, vivía en un campamento, era delgada como un hilillo de agua y lucía una extraña palidez morena que yo intuía producto del hambre y las trasnochadas de estudio. Me la encontré años más tarde siendo enfermera y compartiendo su profesión con la pintura y el arte. ¿Cuántas Cecilias puede haber hoy en los campamentos?

Vivíamos alegre e intensamente cada día aún sabiendo que el horror acechaba a la vuelta de la esquina. La lucha por la libertad y la justicia nos llenaba de sentido la vida.

Dejé de ser pingüina y me incorporé a las luchas universitarias. Entré al Pedagógico el último año que perteneció a la Chile, aquel año 80 que marcaría el nombre de nuestra generación, y que recuerdo lleno de mítines y asambleas para repudiar al dictador en el plebiscito.

Ya terminando la carrera, hice una práctica profesional en el mismo liceo que desalojó el alcalde pinochetista, uno de los emblemáticos de la lucha de los actores secundarios de fines de los ochenta.

Años más tarde, me encuentro en un nguillatún en Alto Bío Bío, antes que las trasnacionales y el gobierno de Frei hijo erigieran los muros de la represa etnocida. Las familias pewenche han bajado de sus comunidades al lugar del encuentro, guaguas, abuelas, abuelos, hombres y mujeres se congregan en la explanada del nguillatúe. Amaso kilos de harina con las ñañas que me enseñan el milagro del pan al calor de las fogatas. Converso con un joven citadino, que primero creí mapuche; entre los cantos y el galope de los caballos me cuenta que ha optado por dejar la comodidad de su departamento en la plaza Ñuñoa para hacerse "flecha veloz" junto a los lamgien (hermanos y hermanas) en la montaña. Intercambiamos confidencias y asombros pewenche bajo las estrellas. "yo estuve en la primera toma del liceo Alessandri, allá por los ochenta".

Veo el desalojo por la tele y todas estas imágenes pasan por mi mente. La vida tiene ciclos y retornos que sorprenden. Beso a mi hijo pingüino que duerme en la frente. Pienso que aún tenemos esperanzas.


Paz Rubio
Movimiento Generación 80 (G-80)