( 12/2006 ) --- Siempre imaginé que la muerte de Pinochet sería un alivio planetario, y siempre me dije que en esa ocasión tendría yo derecho de hacer una bulliciosa fiesta en mi casa y vestiría una camisa roja, como muchos anónimos ciudadanos efectivamente hicieron en íntima demostración de un bien merecido desprecio.
Cumplí ambas cosas, la bulla y la camisa, pero esos días, que por suerte van quedando atrás, fueron en realidad de una sensación inevitablemente amarga: no sólo parecía triunfar la impunidad lograda gracias a simulaciones, mentiras y todo tipo de artimañas leguleyas, sino que vimos resurgir, casi de la nada, a lo más abyecto de la derecha chilena, fascistas de corazón que creíamos si no enterrados con Hitler, Mussolini y Franco, por lo menos templados con las evidencias de los crímenes y la corrupción de miembros de las Fuerzas Armadas chilenas durante su régimen.

Nada de eso. Yo fui a la marcha ciudadana del pasado domingo desde Plaza Italia a La Moneda, y soy testigo presencial de cómo los disturbios fueron comenzados por nuestra inepta policía. Una policía, al parecer, mucho más dispuesta a corromper el orden público que a mantenerlo.

Vi con verdadero espanto cómo el Subsecretario del Interior y el Intendente de Santiago justificaban la acción criminal de la policía con exactamente los mismos argumentos que ocupaba la dictadura hace 15 años para justificar su brutal represión.

Me quedé mudo con la entusiasta defensa que de Pinochet hizo el Cardenal Arzobispo de Santiago en la misa de la Escuela Militar. Vi con horror a las mujeres pinochetistas, cual bestias frenéticas e histéricas, ejercer toda su violencia sobre transeúntes y bienes privados.

Me quedé atónito con la violencia desatada de hombres y mujeres pinochetistas en contra de periodistas nacionales y extranjeros, de nuevo sin que la policía moviera un solo dedo; atónito por el descrédito automático que eso conlleva, por la estupidez ciega de quienes descargaban así su ira frente al mundo con su mayor enemigo histórico, que es aquél que busca la verdad de los hechos.

Triste, finalmente, porque percibo que al interior de históricas instituciones, y en medio de todos nosotros, sobrevive como gusano inmundo bajo la tierra un fascismo que cree firmemente en la muerte y en la violencia, en la mentira y el atropello, y que desgraciadamente está vivo y coleando.

Sebastián Gray, diciembre 2006