( 09/2001 ) -- En la mañana del 11 de septiembre pasado me detuve por un momento a reflexionar sobre lo sucedido en Chile hace 28 años. Pero en algún momento el presente volvió a mi mente, los programas de radio y las llamadas telefónicas de algunos amigos interrumpieron mis recuerdos.


Las noticias me hicieron saber que en la ciudad de Nueva York dos altos edificios se encontraban en llamas. Pensé que debe ser parecido a lo que sucedió con el Palacio de la Moneda cuando se encontraba en llamas después que aviadores entrenados por militares extranjeros bombardearon aquel histórico edificio.

Obviamente los recuerdos de esa fecha se confundieron con este 11 de septiembre que quedará marcado con dolor y para siempre en la memoria de los norteamericanos. Nosotros llevamos un dolor similar desde el año 1973, por eso lo entendemos. Momentos más tarde pensé en el común denominador existente entre ambas situaciones: en ambos casos se habían perpetrado ataques terroristas contra civiles y gente inocente. Evidentemente existen diferencias. La población de los Estados Unidos ha sido víctima del terrorismo individual; el pueblo de Chile, en cambio, fue víctima del terrorismo de estado. Las imágenes de la televisión proyectando aviones que se incrustaban en el World Trade Center activaron los recuerdos de los aviones de guerra que con su carga de muerte se lanzaban contra el Palacio de la Moneda. Las noticias actuales que mostraban a gente buscando sobrevivientes y a familiares me trajo a la memoria lo sucedido en Chile. Muchos de aquellos hombres y mujeres continúan desaparecidos.


Paradojalmente también en las dos situaciones estaban involucrados ciudadanos de los Estados Unidos, primero como victimarios y después como víctimas. La verdad es que las fuerzas armadas de Chile fueron entrenadas por asesores de la fatídica Escuela de las Américas antes y después del golpe de estado para aterrorizar a disidentes políticos y a las personas pertenecientes a organizaciones progresistas y de izquierda. Es más, las bandas terroristas fueron financiadas por la CIA para amendrentar, secuestrar y asesinar. Esto fue recientemente revelado por la prensa de los Estados Unidos en relación al golpe de estado en Chile. En la actualidad y en el estado de Georgia la Escuela de las Américas continúa con sus macabras operaciones. En este septiembre ciudadanos inocentes de los Estados Unidos deben enfrentar una terrible tragedia y un inmenso dolor por las irreparables pérdidas humanas. Evidentemente podríamos abundar en detalles relativos a la responsabilidad de las estructuras de poder de los Estados Unidos en incontables crímenes, sin embargo por el duelo y el respeto que nos merecen los muertos y desaparecidos en los recientes sucesos preferimos optar por el silencio. Pero también porque continuamos el duelo por quienes fueron torturados hasta la muerte y por quienes aún permanecen desaparecidos en nuestro país de origen. En tanto hemos debido enfrentar pérdidas similares. Incluso quienes tuvimos que optar por vivir en el exilio perdimos vidas queridas, y con el correr de los años perdimos el país y quizás del mismo modo la identidad.

Los paralelos no terminan aquí: Un homenaje de un día de duelo por las víctimas de los ataques terroristas representa un homenaje a las pérdidas fatales; demasiadas vidas que han partido, demasiado dolor que se debe soportar. Esta situación amerita expresar nuestros sentimientos y respeto ante tal dolor, sin embargo es apropiado preguntarse ¿por qué no se hizo algo similar frente a las atrocidades acontecidas en Ruanda el año 1994? ¿O ante otras situaciones de parecidas dimensiones que ha enfrentado el mundo? ¿O debemos suponer que el color de la piel representa grandes diferencias? ¿Pero quiénes son los verdaderos culpables de tanto dolor?

Es posible que Osama bin Laden y sus aliados estén involucrados en los ataque del 11 de septiembre pasado y si así fuese debieran ser llevado a la justicia. Lo mismo debiera ser aplicado a Ariel Sharon por su responsabilidad en las masacres en Sabra y Shatilla. En el mismo sentido existen claras evidencias que Henry Kissinger y otros ciudadanos de los Estados Unidos promovieron y apoyaron acciones terroristas encubiertas en América Latina en los últimos 30 años. ¿Qué hacer ante esta situación?. Si el Presidente Bush y su administración son serios y están decididos a declarar la guerra al terrorismo ¿por que no incluyen en esta guerra el terrorismo de estado? ¿Estará dispuesto de igual manera a desclasificar información que contribuya a identificar a los responsables de tanta destrucción y tanta muerte en las Américas? Si está seriamente decidido a ello, ¿por qué no empezar por casa? Por último, es verdad que es importante condenar y neutralizar las acciones terroristas del presente, pero, ¿qué que hacer para evitarlas en el futuro? ¿Dónde radican las causas de este espiral? Podríamos tal vez atrevernos a una respuesta de paz y contra la guerra. Quizás se podría promover la justicia global y social, o respetar la autodeterminación de los pueblos, y también se podría superar la democracia de los fraudes electorales. Podríamos incluso ir más lejos y evaluar porqué las distorsiones del sistema vigente nos están llevando por el camino del despeñadero, en otras palabras, a la barbarie. Debemos hoy y en el futuro respetar el duelo por todos los hombres y mujeres víctimas de este tipo de acciones, provenga el terrorismo de grupos o sectas o provenga de los estados nacionales.

Nuestro 11 de septiembre no es muy diferente al de los años anteriores pero ahora nuestro rencor frente a una nación que nos ha causado tanto dolor estará acompañado por una cuota de tristeza y respeto por las víctimas inocentes del terrorismo.

Con tristeza y con dolor.

Carlos Torres, Toronto, Canadá.