Conocí a Arguedas una tarde cualquiera en Santiago, a la salida del Darío Salas, terminaba ya la secundaria. Un compañero me dijo, vamos a almorzar a casa, gratos tiempos de la solidaridad y amistad.
Bien, y partimos caminando hacia la Alameda. La sorpresa es que allí se encontraba uno de los más profundos ríos de la literatura latinoamerica: José María Arguedas, peruano raizal. Escuchamos en riguroso y ritual silencio la músical voz quechua ya ancestral del Perú real, donde el Virreynato se perdía en ruidosos alcanfores y en el ajetreo del juego y las mercancías.
Años después, conocería muy de cerca, en la intimidad de la vida y la poesía, a otro de los ríos profundos, pero de la poesía chilena, Jorge Teillier, un clásico en la reconocida poética de Chile. Con Jorge mantendría conversaciones amicales durante años y compartiríamos el oficio, la amistad, los vinos, la bohemia santiaguina, las risas, y siempre nos despediría el poeta de Lautaro, con los universales versos nerudianos de la Canción desesperada: es la hora de partir, oh abandonados. Teillier ya se había separado de Sybila Arredondo y ella se casaría posteriormente con José María Arguedas en el Perú. Siempre me he preguntado ¿qué tendría esta magnífica mujer chilena para encantar a esos dos magos de la literatura?.
No la conocí a Sybila Arredondo, pero forma parte del mito de la literatura chilena y ahora peruana. Siempre escuché hablar de su gracia, porte, de su majestuosa condición de mujer hermosa, atractiva e inteligente. Hija de la escritora y hermana en la vida de Gabriela Mistral, Matilde Ladrón de Guevara, sus títulos morales e intelectuales se exhibían sin mayores preámbulos y retórica. Nos quedamos con esa imagen de la mujer de las tertulias literarias e intelectuales, de la convicción social y de la entrega solidaria y del compromiso. Hoy estoy a miles de kilómetros de Sybila Arredondo, en el trópico, y la siento firme en mi corazón atribulado, por la inmoral condena que sufre desde hace 14 años en una de las cárceles del Perú, El Chorrillo.
Sybila Arredondo ha sobrevivido dos matanzas dentro de ese penal, en tiempos de Alan García y de Alberto Fujimori.
Ha vivido durante años bajo el tratamiento de las cárceles de alta seguridad, donde se le condena en vida a muerte, aislada, humillada, sin la posibilidad de comunicarse, ni expresarse como ser humano.
Todos conocemos las condiciones infrahumanas de esos presidios, pero el tema es aún más degradante, porque Sybila ya cumplió su pena, además que la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas demandó hace años su libertad inmediata.
Nadie puede ignorar que estamos ante una mujer que ya cumplió los 66 años de edad, de los cuales, ha estado 14 detenida injustamente.Su madre, que ya tiene 92 años, como su familia, han sufrido estos años todas las consecuencias de un proceso injusto, arbitrario, que ha quedado al descubierto con la frase necrofílica del ex presidente Alberto Fujimori, que sólo recibirán las osamentas de los presos.
Dos veces fue absuelta Sybila Arredondo por no encontrarse las pruebas necesarias para inculparla y aún asi permanece en el presidio. Pagó además 1000 días en trabajo, que equivalen a 500 de presidio.Y aun así se le mantiene en prisión.
Me pregunto: ¿qué espera el presidente democrático del Perú, Alejandro Toledo para hacer honor a su alta investidura y al compromiso que adquirió de liberar a Sybila Arredondo, no sólo por una cuestión humana, sino de justicia y honor?
Hago un llamado público a todos los escritores y periodistas chilenos,en primer lugar, a los intelectuales del mundo, a las personas de buena voluntad, hombres y mujeres, creyentes en los derechos humanos, la solidaridad y justicia igual para todos, a dirigirse al gobierno del Perú, y solicitar la inmediata libertad de Sybila Arredondo.

Rolando Gabrielli. Panamá.