( 01/2001 ) -- Han sido tensas estas semanas recientes, ya saben por qué. Anoche fue una jornada particularmente dramática. El canal nacional transmitió una entrevista al general en retiro Joaquín Lagos, jefe de zona en Antofagasta cuando llegó allá la Caravana de la Muerte.

Su testimonio fue demoledor contra Pinochet, fuera de que dió detalles horrendos de cómo mataron a los doce ajusticiados de esa ciudad. Yo no sé si desde fuera los chilenos han podido sentir el impacto tremendo que produjo en el país el comunicado de la mesa de diálogo. El horror colectivo ante la confesión de que doscientos cuerpos habían sido simplemente arrojados al mar era algo que muchísimos sabíamos, pero también eran muchos los que no lo sabían y muchos también los que algo sabían o sospechaban pero se negaban a reconocerlo. Todos, sin excepción, acusamos el golpe por igual. No importa cual sea el punto de vista de cada quien, o la idea que pueda tener de la relación entre los crímenes y su conciencia, nadie escapó al estremecimiento brutal que se ha vivido con todos estos acontecimientos. Fue patético, por ejemplo, escuchar al general Correa Villa, presidente de la Fundación Pinochet, declarar ante las cámaras cuánto lamentaba haber sostenido siempre ante sus hijos que todas estas historias eran simples invenciones de los enemigos del gobierno militar. En cuanto a los que siempre supimos, lo que no podíamos prever era la sacudida emocional que íbamos a sufrir de todos modos, como si estuviéramos enterándonos por primera vez.

La información que dieron los militares se ha ido probando incompleta, fuera de que está en algunos aspectos notoriamente amañada. No se necesita ser muy suspicaz para entender que no es inocente que aparezcan proporcionando datos de los maridos de algunas de las personalidades más relevantes de la lucha por los derechos humanos: Viviana Díaz, Gladys Marín, Pamela Pereira. Hay además una intención perversa cuando se incluye entre los arrojados al mar una buena parte de los asesinados por la Caravana de la muerte, con lo cual se persigue desbaratar la figura legal del secuestro permanente para el caso de los desaparecidos, que es lo que permite impedir que la amnistía del 78 bloquee la posibilidad de procesar a los culpables. La maniobra, sin embargo, es demasiado sucia como para que pueda prosperar, porque como bien lo dijo la abogada Carmen Hertz --viuda de Carlos Berger, uno de los ajusticiados por la Caravana-- está sobradamente establecido que los cuerpos de los asesinados en el norte fueron llevados al desierto y sus restos dinamitados y dispersados. En fin, hay múltiples detalles más. Se dan como arrojados al mar en tal o cual fecha, prisioneros que días y aún semanas después estaban todavía vivos, según testigos que compartían cárcel con ellos. Está también el caso del macabro comprahuevos en que se ha convertido la búsqueda de restos en la Cuesta Barriga.

Lunes 29. Prosigo. Con la buena nueva que la radio acaba de comunicar: el juez Guzmán procesa a Pinochet. Era previsible. El juez hizo lo suyo y salvó su dignidad. Puede que en las instancias judiciales que vienen ahora, Pinochet sea exonerado de una condena posible por las famosas razones de salud, porque las presiones son muchas, y todos saben que el propio gobierno está haciendo todo lo posible para que las cosas sean así. Con todo, Pinochet queda ya, sin vuelta, lapidado en términos históricos. Y eso me parece notable. Algo inimaginado hasta no hace mucho. Paralelamente, lo otro que hay que señalar como hecho histórico fundamental, es el reconocimiento que el ejército ha hecho de haber participado en muertes y desapariciones. De golpe, el obstinado y minucioso tinglado de tergiversaciones y mentiras montado todos estos años por Pinochet y sus cómplices para encubrir y/o justificar sus crímenes, se ha derrumbado estrepitosamente. Sólo fascistas frenéticos, enfermos de fanatismo y odio, como el cura Hasbún, se han atrevido a sacar la voz intentando todavía torcerle la nariz a la verdad. (Es evidente que en el interior del ejército Pinochet ha ido perdiendo terreno. Hay que convenir que Izurieta, a regañadientes, ha hecho al menos algunos esfuerzos por desprenderse del lastre que le dejó el dictador en las filas castrenses. Lo que no quiere decir que el pinochetismo no siga manteniendo fuertes enclaves, sobre todo a nivel de mandos medios: coroneles, capitanes, etc. El terror justamente del gobierno ha sido que en todo este período de tensiones cívico-militares --que pueden agudizarse ahora con la condena a Pinochet-- surja algún oficial del tipo del argentino Aldo Rico, que decida un día pintarse la cara y desencadenar con la tropa a su mando alguna aventura loca).

Bueno, la noticia del día me cortó el hilo del relato que había emprendido el viernes pasado. Valía sobradamente la pena. Un gran abrazo a todos.

Carlos, Santiago. Chile.