Carlos Orellana, medio siglo en la edición

Pedro Pablo Guerrero - 2013

 

Azarosa vida. Su militancia lo llevó al exilio y como editor estuvo en la cárcel:

El martes, en Concón, se realizaron los funerales del editor chileno-guatemalteco que trabajó en sellos como Universitaria y Planeta, jugando un importante rol en la difusión de nuevas voces literarias.

"Hace dos años que ya estaba tambaleando", reconoce su viuda, Jacqueline Mouesca, historiadora de cine con quien estuvo casado los últimos 36 años y junto a quien publicó Cine y memoria del siglo XX (Lom, 1998). Orellana permanecía conectado a ventilación mecánica, afectado por una EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica), consecuencia de los tiempos en que fumaba más de sesenta cigarrillos diarios. Sobre todo durante las tertulias a las que era tan aficionado, según dice la ejecutiva de ventas de Antártica, María Elena Ansieta, quien lo recuerda como "un gran conversador".

En una sencilla ceremonia previa a su cremación, efectuada en el cementerio Parque del Mar (camino a Concón), hablaron Jacqueline Mouesca, Darío Oses, Hernán Loyola, Paulo Slachevsky y Marcelo Mendoza, quien leyó algunos de los numerosos mensajes enviados por escritores y amigos.

Carlos Orellana había nacido en Guatemala en 1928, pero llegó a Chile cuando tenía 12 años, junto a sus padres y a un hermano que buscaban mejores condiciones de vida. En el último libro que escribió - Informe final. Memorias de un editor -, el autor recuerda sus difíciles comienzos en la patria de adopción: la madre murió a los dos años de llegar, el padre fracasó en todos los negocios y él tuvo que empezar a trabajar antes de finalizar la educación secundaria, primero como junior de oficina y luego en un banco. Terminaría sus humanidades en liceos nocturnos para luego entrar al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile a estudiar Castellano e iniciar una militancia de 40 años en el Partido Comunista, que abandonaría en 1992.

Su "aventura editorial", como la llamaba, comenzó en 1961 con la publicación del breve ensayo El relato de la pampa salitrera , de su gran amigo Yerko Moretic. Junto a Franklin Quevedo, Jorge Soza y Luis Bocaz fundaron Ediciones del Litoral, sello de corta vida, pero que alcanzó a publicar novelas de Edesio Alvarado y Luis Vulliamy, así como un reportaje de Manuel Cabieses. En ese entonces armó con Moretic la antología El nuevo cuento realista chileno , que se materializaría en 1962.

A mediados de los años 50 fue contratado como auxiliar de contabilidad por Universitaria, en tiempos de Arturo Matte. Su compatriota Augusto Monterroso, de paso en Chile, sugirió que le dieran mayores responsabilidades y fue nombrado jefe de la Librería Universitaria. En la década siguiente llegó a ocupar el cargo de coordinador editorial tras la partida de Ángela Jeria, quien renunció para incorporarse a la planta administrativa de la Universidad de Chile.

Orellana tuvo un rol decisivo en el impulso de la colección Cormorán, en cuya serie "Letras de América", dirigida por Pedro Lastra, se publicaron títulos de autores como Juan Emar, Mario Benedetti y José María Arguedas. Los desacuerdos de Orellana con una nueva administración hicieron crisis en 1968. Un funcionario obstruyó la publicación del libro de Francisco Coloane El témpano de Kanasaka y otros cuentos , y el editor renunció después de 15 años de trabajo.

Tras un fugaz paso por la Editora Santiago, fue incorporado a un equipo de la Universidad Técnica del Estado con la misión de fundar una librería para sus estudiantes y poner en marcha la editorial. Con la llegada de la Unidad Popular, la Corfo lo nombró como uno de sus representantes en el directorio de la recién creada editorial Quimantú, a pesar de que él nunca estuvo de acuerdo en la decisión de que el Estado comprara una gran imprenta.

El golpe de 1973 lo llevó al exilio. Bajo la dirección de Volodia Teiltelboim, fue secretario de redacción de la revista Araucaria, donde publicaron importantes escritores extranjeros y chilenos. Menos conocido es Michay, sello colateral de la publicación, en el que aparecieron los relatos de varios autores nacionales, algunas veces con seudónimo.

De regreso en Chile, Orellana empezó a escribir en revista Análisis y se hizo cargo de su sello Emisión, ambos extinguidos a inicios de la transición. En 1992, tras la renuncia de Jaime Collyer, llegó a ocupar el cargo de editor en la filial chilena de Planeta, durante el apogeo de la Nueva Narrativa. Orellana se mostró escéptico del concepto, que le parecía más un fenómeno editorial que un movimiento literario. Así lo expresó públicamente, impulsando la apertura del catálogo a nuevos autores, algunos de generaciones anteriores, como Germán Marín y José Miguel Varas, lo que le valió duras críticas del novelista Gonzalo Contreras.

Uno de los mayores disgustos en su carrera de editor fue la incautación de El libro negro de la justicia chilena (1999), de la periodista Alejandra Matus, que lo llevó a la cárcel por tres días junto al gerente general de Planeta, Bartolo Ortiz.

El 26 de noviembre de 2002, cuatro días antes de su 74° cumpleaños, le comunicaron su despido de Planeta, a pesar de que había convenido dejar la editorial al año siguiente. Esa experiencia, así como muchas otras de su azarosa vida, las dejó plasmadas en dos libros autobiográficos que constituyen su testamento cultural: Penúltimo informe. Memoria de un exilio (Sudamericana, 2003) e Informe final. Memorias de un editor (Catalonia, 2008).

Los aciertos editoriales que reconoció en una entrevista en 2008"De 'mis' mayores éxitos comerciales, lejos, Las diez cosas que una mujer chilena no debe hacer jamás , de Elizabeth Subercaseaux; La Reina Isabel cantaba rancheras , de Hernán Rivera; Nuestros años verde olivo , de Roberto Ampuero; Cuentos con walkman , compilación de Alberto Fuguet y Sergio Gómez, entre los que recuerdo. Satisfacciones literarias: El correo de Bagdad , de José Miguel Varas; Círculo vicioso , de Germán Marín; Por favor rebobinar , de Alberto Fuguet; Los siete días de la señora K , de Ana María del Río; El viaducto , de Darío Oses; Gente al acecho , de Jaime Collyer; Golfo de penas , de Francisco Coloane; Morir en Berlín , de Carlos Cerda; Muriendo por la dulce patria mía , de Roberto Castillo; Calducho , de Hernán Castellano Girón, y una docena más. Pero mi 'libro de oro' en el terreno de la calidad es Historias de monos y de brujos , de Sergio Villegas, una joya literaria absoluta, que cumple el dicho de Nicanor Parra, 'primera condición de toda obra maestra: pasar inadvertida', y que publiqué en la pequeña editorial Emisión en 1991".

 

Pedro Pablo Guerrero - El Mercurio 24 de Noviembre de 2013

 

 


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