Réquiem nostálgico por una Araucaria

Carlos de Santiago - 1991

 

Hace un año, por estas mismas fechas, salía el número final de una revista que cumplía así la rara hazaña -para una publicación de su carácter- de haber sostenido una labor ininterrumpida durante más de una década. Doce años, para ser completamente exactos, sin haber fallado jamás en su periodicidad.

Durante ese período, cada tres meses, sus suscriptores, donde quiera que estuvieran, en alguno de los cincuenta países que habían acogido refugiados políticos chilenos, recibían regularmente su ejemplar de Araucaria.

Porque de Araucaria de Chile se trata. Una revista a cuyo perfil casi mítico contribuyó no poco el propio Pinochet en un día de 1979, en que, con el elegante estilo imprecatorio que le conocemos, denunciaba (una vez más) la campaña mundial de los marxistas contra su gobierno, alimentada -decía- con millones de dólares. En apoyo de su acusación, mostraba a los televidentes un ejemplar de Araucaria, agitándola ante las cámaras con la rabia tan militar (de dientes apretados) que lo caracteriza.

El Servicio de Correos extremó a partir de ese instante sus controles y de los números siguientes de Araucaria, en los años que vinieron, apenas pudieron llegar unas pocas docenas de ejemplares. La revista había entrado así, gracias al celo del dictador, en el reino de la leyenda.

Cómo nació "Araucaria"

Poco saben, por eso, los chilenos sobre los orígenes y el verdadero carácter de esta publicación, y ahora que ella ha entrado, para decirlo con el tópico inevitable, "en la historia" quizás sea justamente útil recordar, como fue esa historia, dónde nació la revista, qué se proponían, cúal es el saldo de sus cuatro mil quinientos días de vida en negro sobre blanco.

No es difícil reconstruir el itinerario de la revista. Ahí están (en al menos tres bibliotecas santiaguinas) los 48 volúmenes publicados. Pero está también, para facilitar la tarea, un artículo que su secretario de redacción publicara en el N°40, con el que Araucaria celebraba su décimo aniversario, que ahora aprovechamos para redactar esta nota.

En el exilio, por razones obvias, todas las revistas editadas por los chilenos tenían un carácter internacional. Pero en ninguna esto fue tan acentuado como en Araucaria. Su director vivió siempre en Moscú, el secretario de redacción en París los siete primeros años y el resto en España. El comité de redacción, cuya estructura fue cambiando con el curso del tiempo, estuvo siempre integrado por personas que vivían en países diferentes: en Francia, en la RDA, en la URSS, en Venezuela, en Estados Unidos, en Chile. Lo único inamovible fue la sede donde se imprimía y se organizaba la distribución: Madrid.

Pero Araucaria nació, para hacer todavía más multicolor el cuadro, en otra ciudad distinta: en Roma. Allí convergió un soleado fin de semana de la primavera de 1977, un conglomerado de cuadros ligados al trabajo cultural y político, que venían de países muy diversos: de Rumania, de Holanda, de Hungría, de Italia, de Francia, y de la URSS. En aquellas reuniones se bautizó la revista, no sin un cierto ardor en la discusión, promovida por quienes recelaban que el apelativo pudiera suscitar alguna tentación por el "folclorismo" fácil. Allí, también se comunica que el director será Volodia Teitelboim, y se acuerda que el secretario de redacción y editor sea Carlos Orellana. Ambos mantendrán estas responsabilidades durante los doce años de vida de la revista.

Carlos Orellana - Araucaria de Chile

El equipo de apoyo fue sufriendo cambios. El núcleo más estable, el que seguramente fue el decisivo para conferirle a la revista la fisonomía y el estilo que finalmente logró, estuvo constituido por un filósofo, Osvaldo Fernández; un profesor y crítico, Luiz Bocaz; un economista, Alberto Martínez; un poeta, Omar Lara; y un periodista, Luis Alberto Mansilla. Otros nombres claves posteriores; José Miguel Varas, Virginia Vidai, Jaime Concha, Pedro Bravo Elizondo, Guillermo Quiñones. Y un nombre muy importante: el de Fernando Orellana, fotógrafo que tuvo a su cargo desde el N° 2 hasta el final la delicada tarea del diseño gráfico.

El papel del PC de Chile

Hay que decir, desde luego, que la decisión de publicarla provino del Partido Comunista chileno, que fue además su punto de apoyo principal y decisivo durante los doce años.

El acuerdo se tomó en un momento nada fácil. En el primer semestre de 1977 Chile acababa de pasar por uno de los peores períodos represivos desde el golpe de estado. 1976 fue un año de traiciones y exterminios. Se ha afirmado que, cumplidos ya otros objetivos, la dictadura se propuso ese año terminar con los comunistas. Estos, víctimas de sucesivas decapitaciones de sus equipos de dirección, lucha sobre todo por su supervivencia y, sin embargo, toman la determinación de fundar la revista. ¿Su conciencia de futuro? Creemos que sí. Porque Araucaria no era una publicación con miras inmediatas, ni tampoco persiguió nunca fines de proselitismo o propaganda partidista.

El exilio fue vivero de muchas revistas (varios centenares, dicen los que han investigado el tema), pero ninguna tuvo ni su calidad ni su amplitud ni su capacidad de sobrevivencia.

Ningún otro partido político chileno -no es irrelevante decirlo- mostró interés alguno en promover o apoyar alguna revista con fines semejantes

Amplitud de ideas y temas

Una de las singularidades de Araucaria fue su amplitud, entendida ésta en varios sentidos. Por su apertura política e ideológica, desde luego, pero también por la variedad del registro temático. No se la puede encasillar unilateralmente diciendo que era una revísta política o literaria o filosófica o dedicada a las ciencias sociales o puramente de información periodística. Era un poco de todo eso, porque intentaba, y en una buena medida lo consiguió, llegar a lectores pertenecientes a un abanico de rara diversidad. Fue leída por obreros, dueñas de casa, estudiantes, escritores, profesionales, activistas políticos, profesores universitarios, etc., y en cada uno de esos sectores contó con seguidores constantes y hasta fervorosos.

Araucaria no rehuía el artículo especializado, pero trataba de no caer en los trabajos útiles sólo para iniciados. Aunque sin incurrir en el facilismo, porque la revista se ajustaba, según contó alguna vez su secretario de redacción, a la visión de la cultura predicada por el pintor Matta que sostiene con toda razón, que no se han inventado todavía unas matemáticas a las que se pueda acceder sin saber previamente, al menos, las cuatro operaciones fundamentales.

La revista acuñó un estilo de abordar la preocupación política que consiste, en lo esencial, en asumirla desde el interior de los diversos quehaceres culturales. Lo político se agrega en tanto connotación, procurando evitar el doctrinarismo, el apego al dogma y al esquema partidista, la mediatización del dato científico o la vivencia artística.

La revista luchó también por ennoblecer el lenguaje, huyendo del estereotipo, de las palabras y las frases gastadas, el lugar común y la melopea repetitiva y machacona.

Buscaba, de algún modo, al principio sólo intuitivamente y después de manera más consciente y orgánica, el camino de lo que en algún. tiempo se llamó "nuevo pensamiento", para convertirse en la búsqueda de una verdadera renovación. En este sentido, en su campo específico, Araucaria jugó un papel que puede calificarse de pionero.

Maduración de una creatividad

La buena calidad de la revista tiene mucho que ver con la maduración de las ideas y de la capacidad creadora que vivieron amplios sectores de la sociedad chilena durante los años de la Unidad Popular. Pero, por la brevedad del período, el fenómeno no pudo manifestarse ni menos desarrollarse.

El resultado sólo se vio después, precipitado por el trauma del golpe y del exilio. De pronto hubo centenares de chilenos capaces de opinar y aportar una cuota importante de análisis en muchos dominios: la política, la historia, la economía, la filosofía, la literatura, etc. Fue un estallido de creatividad y uno de los méritos de este fenómeno de Araucaria fue haberse mostrado receptiva de este fenómeno y haberlo sabido canalizar, actuando con generosidad en la apertura de sus páginas y con rigor en los criterios de selección y exigencia de la calidad.

Fue una revista con contenidos políticos, pluridisciplinaria, volcada a la reflexión sobre Chile en todos sus aspectos posibles, como punto de partida de su ambición de universalidad. Pero Araucaria se propuso también algo más: ayudar a completar el aprendizaje de los chilenos en cuanto al reconocimiento de su filiación latinoamericana. Chile había sido siempre reticente en este terreno nosotros -decíamos- somos "diferentes". Hasta que vino el golpe y, junto con otros, este mito se derrumbó para siempre. La distancia impuesta por el exilio, además, sirvió para clarificar la verdadera esencia de las cercanías.

Fin del exilio y de la revista

Cuarenta y ocho números. Más de diez mil páginas en volúmenes bellamente ilustrados (lo mejor de la plástica chilena de este tiempo, en pintura, dibujo y fotografía). Una imagen múltiple y coherente de Chile, de su pasado, sus infortunios, sus alegrías y sus esperanzas.

Araucaria cesó al cabo de sus doce años de vida. No había más recursos para seguir publicándola, nos han contado que se dijo. Quizás -de todos modos – hay una cierta lógica en que una publicación termine cuando terminan las condiciones que la generan. La revista nació en el exilio y se acaba cuando éste llega a su fin. Como dice la conocida frase: hizo lo justo en el período justo. Demos, pues, por doblada la página. Y a otra historia.

 

Carlos de Santiago - Revista ( ... ) Chile, febrero / marzo 1991

 

 


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